Rimbaud, el hombre de las suelas de viento, representa de forma paradigmática el movimiento consistente en salir. No hizo otra cosa desde que se fugó por primera vez a Charleroi, a pie, sin una perra y con tan solo quince años. La vida errante de Rimbaud es fruto de la terquedad con que no cejó en su deseo de alejarse. Recorrer las Ardenas, vagabundear por París, atravesar a pie los Vosgos con cincuenta centímetros de nieve, cruzar el Gotardo bajo una atroz tempestad de granizo, deambular por toda Europa, viajar a Indonesia, a Chipre, a Egipto, a Abisinia... Pero, ¿cuál es la casa materna de la que no dejó nunca de estar largándose este andarín infatigable? La respuesta a esta pregunta aparece formulada en dos cartas de 1871, una de las cuales fue enviada a Izambard (Primera carta del vidente), y otra a Paul Demeny dos días después (Segunda carta del vidente). Rimbaud ―y, con él, el lenguaje poético― rechaza el orden de cosas imperante, convencional, establecido. El impulso que le lleva a ponerse en camino es el anhelo de libertad, por cuanto ponerse en camino implica abandonar la servidumbre de lo dado (“Yo soy otro”). Pero salir entraña también convertirse en “el gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito”, es decir, en “aquello que”, como dice Adorno, “conforme a las medidas del orden aparece como enfermo, desviado, paranoide y hasta dis-locado (”ver-rückt”)”. “Se trata”, escribe Rimbaud a los dieciséis años, “de hacer el alma monstruosa”. El exterior indeterminado que atrae a Rimbaud, y que le lleva a emprender la escapada, es lo desconocido (“Se trata de llegar a lo desconocido”), lo que escapa a la razón (“las cosas [...] innominables”). “El gran maldito”, el bohemio, el marginal, el exocéntrico, es “el Sabio Supremo […] ¡porque llega a lo desconocido!”
MI BOHEMIA
(Fantasía)
Me largaba, las manos en mis bolsillos rotos;
mi paletó también se volvía ideal;
bajo el cielo iba, Musa, y yo era tu vasallo;
¡cuántos maravillosos amores he soñado!
Mi único pantalón tenía un siete enorme.
―Soñador Pulgarcito, desmigajaba rimas
en mi camino―. Era la Osa Mayor mi albergue,
y mis estrellas en el cielo hacían un fru-frú dulce;
y yo las escuchaba, sentado en las cunetas,
en esas noches de septiembre en que
en la frente sentía las gotas de rocío
como un vinillo reconstituyente;
o en que rimando en medio de las sombras fantásticas,
como cuerdas de liras, yo tiraba
de los cordones de mis malheridos
zapatos, con un pie cerca del corazón.
(Traducción de Aníbal Núñez)
1 comentario:
Bonito retrato.
... con un pie cerca del corazón.
Quizás presentía lo poco que le duraría esa libertad.
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