“A mi madre”, de Leopoldo María Panero (Poemas del manicomio de Mondragón, 1987), es un poema lleno de resonancias, reminiscencias, reverberaciones. La interpelación (“Escucha”) con que arranca este puñado de versos, y que la voz del poeta dirige a una segunda persona del singular que identificamos con la madre a que se hace referencia en el título, da pie a una segunda interpelación (“sal”, “contempla”, “hablemos”, “ven”, “escúchame”, “verás”) que ya no está puesta en boca del poeta sino de un caballero que se dirige en estilo directo a la misma persona que aquel. La segunda interpelación no solo es una cita, sino también un eco, un reflejo o una variación de la primera. Constituye una invitación a entablar un diálogo amoroso. El poema, que recrea, de forma alusiva, insinuante, un motivo procedente de la tradición bucólica, posee reminiscencias clásicas (que lo emparentan, de lejos, con los idilios de Teócrito) y renacentistas (que lo hacen con los idilios pastoriles a lo Sannazaro, y con los trattati d’amore a lo León Hebreo). Pero dicho motivo es contemplado desde un punto de vista distanciado, y algunos versos destilan un grado de desengaño (1) incompatible con el idealismo pastoril (“y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra”). Por lo demás, el tratamiento del tema amoroso presenta reminiscencias del Cántico de San Juan de la Cruz.
La noche en que tiene lugar el doble encuentro que el poema recrea (el del hijo con la madre, y el del caballero con la mujer amada) recuerda a “la noche sosegada” de San Juan. El silencioso rasgarse de la seda, el caerse sin ruido de la taza de té al suelo, traen a la memoria, a su vez, “la música callada”. El jardín es “el ameno huerto”, el locus amoenus típico de la tradición clásica, el paisaje bucólico donde resuenan las quejas amorosas del amante (“y llora por las noches pensando que le amabas”). La Muerte, que cae de su corcel, es un personaje alegórico de raigambre medieval, y al caballero que la hiere nos lo imaginamos un poco como al melancólico jinete del grabado de Durero. En las palabras con que el caballero incita a la amada (“sal”, “hablemos”, “ven”) reverberan como un estremecimiento aquellas otras de la estrofa 36 del Cántico espiritual (“vámonos”, “entremos”, “gozémonos”). El caballero dice llevar tatuada en su mejilla la rosa que le florecía en sueños al amante de la lírica popular (“Y soñaba yo […] / que me florecía la rosa” [Cancionero Musical de Palacio]), de manera análoga a como el buen Abu’l-Qasim de las jarchas llevaba el amanecer pintado en el rostro. La diadema del penúltimo verso es la guirnalda de amor de la poesía renacentista, que entrelaza a los amantes, y cuyas flores no se marchitan nunca. También es el manojo de versos que el poeta ha construido.
(1) Dicho desengaño hace sonar ahora en nuestra memoria, como una reverberación más, el segundo movimiento, el Andantino, de la Sonata para piano D 959 de Schubert.
A mi madre (reivindicación de una hermosura)
y cae sin ruido la taza de té al suelo
como una magia
tú que sólo palabras dulces tienes para los muertos
y un manojo de flores llevas en la mano
para esperar a la Muerte
que cae de su corcel, herida
por un caballero que la apresa con sus labios brillantes
y llora por las noches pensando que le amabas,
y dice sal al jardín y contempla cómo caen las estrellas
y hablemos quedamente para que nadie nos escuche
ven, escúchame hablemos de nuestros muebles
tengo una rosa tatuada en la mejilla y un bastón con
empuñadura en forma de pato
y dicen que llueve por nosotros y que la nieve es nuestra
y ahora que el poema expira
te digo como un niño, ven
he construido una diadema
(sal al jardín y verás cómo la noche nos envuelve).
5 comentarios:
Se echa de menos el texto del poema, para seguir todas las reverberaciones que citas.
Pero hombre! Dónde está el poema? Nunca el comentario sustituirá al poema. Anda, ponlo!
Tenéis razón. Acabo de añadir el poema.
Y qué poema. Gracias
Sí, lo curioso de Panero es que cuando acepta el ramalazo lírico sale eso....
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