El
personaje de la literatura que mejor representa la homogeneización del tiempo
como resultado de su reducción a cómputo, y la preocupación por vivir con
arreglo a dicho tiempo homogéneo, es el puntual, metódico, flemático, maniático,
ludópata, impasible y puritano Phileas Fogg, para el que el viernes 20 de
diciembre no es un día diferente del sábado 21 de diciembre, sino que ambos son
el mismo día, y cuyo dharma: “Lo imprevisto no existe” pone de
manifiesto hasta qué punto dicha preocupación no solo es una forma de ceguera,
sino también una vuelta de tuerca de la preocupación ultramundana o de rechazo
del mundo. Phileas Fogg “no se molestaba en observar aquel mar Rojo”, “no
pensaba ver ninguna de las maravillas de Bombay [...] ¡No!, ¡nada!”, y
“desciende por el admirable valle del Ganges sin pensar siquiera en verlo”. El
carácter de Phileas Fogg viene dado por “un estado (status)”, tal y como dice
Max Weber a propósito de la doctrina del estado de gracia religioso, “que separa
al hombre del mundo, de la contemplación de lo creado”, cuya posesión es
garantizada “por la comprobación de una conducta de tipo específico e
inequívocamente distinta del estilo de vida del “hombre natural””, de donde se
sigue para él “el impulso para controlar metódicamente su estado de gracia en
su modo de vida, y, como consecuencia, a impregnarlo de ascesis [...] en el
interior del mundo".
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