Los desmontes, descampados y escombreras del extrarradio, que arrancan de la puerta misma de los últimos bloques
de viviendas de pisos utilitarios de los suburbios, y que están atravesados por una vía de tren sin apeadero por donde los trenes pasan de largo, constituyen un paisaje
desolado de cardos, rastrojos y restos de basura que hace las veces de contexto
metonímico donde los protagonistas de Deprisa, deprisa tienen su
querencia, prueban a ser libres, pero del que no pueden escapar. Es el escenario residual adonde
han venido a parar los hijos de las clases pobres cuyas familias huyeron del
campo durante el franquismo, atraídos por una ciudad donde parecía posible abrigar
el sueño de pasar a formar parte de la clase media urbana. No es extraño que en
este contexto Pablo reniegue del mundo de sus mayores. Las aspiraciones que Ángela
alcanza a formular son de dos tipos: por un lado, la aspiración poética, que es
expresión del deseo de huir lejos, y que no hace otra cosa que desplegar ante los ojos de quien
quiere irse de un sitio el horizonte abierto por antonomasia: ver el mar [Los cuatrocientos golpes, de Truffaut, muestra hasta qué punto el horizonte abierto por antonomasia puede representar para quienes han caído en una ratonera, al mismo tiempo, el deseo de huir lejos, y la inexistencia de una salida]; y, por
otro, la aspiracón práctica, que es expresión del deseo de dejar de ser pobre, y que forma parte ya del imaginario de la clase media: comprarse un piso.
1 comentario:
Sí que quería, sí.
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