A
diferencia de no pocos cuentos infantiles en los que abundan estereotipos que son expresión de los
dogmas, de la mala fe o de los prejuicios ideológicos propios de la sociedad de
los adultos (como
los asociados al género, a la clase social o a la especie animal de los personajes que los protagonizan), los cuentos de Tomi Ungerer poseen la virtud de romper con tales
estereotipos, y de ofrecer una visión crítica, distanciada e irreverente de la mentalidad que estos encarnan. Los tres bandidos que siempre llevaban
anchas capas negras y altos sombreros negros, y ante los cuales algunos se
desmayaban de miedo, los perros metían el rabo entre las piernas, y hasta los
más valientes huían, en realidad nunca se habían preguntado qué harían con el
oro, las perlas, los anillos, los relojes y las piedras preciosas de los
viajeros a los que habían desvalijado, y terminan dedicándose a cuidar niños
huérfanos. Los animales subjetiva, anticientífica y
pragmáticamente clasificados como dañinos, como la “boa constrictor” que Madame
Bodot cría en su casa, son criaturas susceptibles de ser amadas, admiradas y
recordadas con cariño. Y esa suave, pálida, inerme, lírica, sensible y
menguante criatura de la luna, amiga de los ratones, los pájaros y las
mariposas, que se aburría en su esfera flotante, y que anhelaba bailar al menos una vez
entre una alegre multitud en la tierra, aterroriza a los científicos, a los
generales y a los hombres de Estado, y es encerrada en la cárcel.
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