sábado, 4 de mayo de 2013

Corazón con brocal


¿Por qué “las calles [...], estando vacías, / se entienden un poco mejor”? En la poesía de Carlos Piera, la ciudad no es un lugar de encuentro, sino un espacio en el que la gente está sola, del que se pretende huir, y por donde las personas, al igual que los automóviles, se mueven o cruzan sin dirección, y constituyen obstáculos que es preciso sortear. “La ciudad / es un asterisco, una explosión lenta de retracciones, / de patinadores de espaldas”. La ciudad de Carlos Piera recuerda a los “no lugares” de Marc Augé, “un espacio que no puede definirse [...] como relacional”, “un mundo así prometido a la individualidad solitaria, a lo provisional y a lo efímero”, un espacio que “no crea [...] relación, sino soledad”, “una soledad tanto más desconcertante en la medida en que evoca a millones de otros”. El perro abandonado que zigzaguea entre la gente representa de forma paradigmática la sed de aquello que no se encuentra en la ciudad: la lealtad, el encuentro o la posibilidad del amor. De ahí que, o muera de sed (en la ciudad), o, quizá, logre escapar (al campo), y se haga montaraz, es decir, se haga lobo, porque en la poesía de Carlos Piera “el lobo es un perro nostálgico” cuya inclinación nunca dejó de ser lamerles las manos a los transeúntes.

PERRO DE LOS QUE LLAMAMOS PERDIDOS

Eléctrico, define qué es humano
y ―buscándola con
ojos de alarma, alerta,
los medios angulares de la caza,
necesidad de fe―
la lealtad, por entre
obstáculos que somos no aceptándola,
los otros automóviles, de metal, y la ausencia
de direcciones que hemos hecho, mientras
va muriendo de sed.

1 comentario:

Pablo Jauralde Pou dijo...

Acertado el poema –los poemas– y el comenatrio.