Los poemas de Emily Dickinson se parecen a esas tazas de porcelana rotas, desparejadas y arrinconadas en el fondo de una alacena con las que la autora compara la vida. En ellos encuentra cabida lo inerme, lo apartado: el ratón vencido por el gato, las benéficas excentricidades del murciélago de alas arrugadas, los pájaros que con las primeras heladas permanecen ateridos a las puertas de la casa del granjero. La mirada frugal de Emily Dickinson (“my frugal Eye”) se caracteriza por prestar atención a las cosas pequeñas. El afecto que les profesa explica su deseo de ser una brizna de hierba (“I wish I were a Hay”), y es expresión de su inclinación a pasar desapercibida: “I’m Nobody! Who are you? / Are you ― Nobody ― Too? / Then there’s a pair of us? / Don’t tell! They’d advertise ― you know! / How dreary ― to be ― Somebody! / How public ―”.
Los poemas de Emily Dickinson han permanecido durante mucho tiempo guardados bajo llave en el interior de una alacena; son cartas de amor no enviadas que desde el fondo de un cajón expresan un anhelo insatisfecho profundamente reprimido: “Reply / Or better, be with me ―”. Emily Dickinson es una mujer enamorada cuyas ansias han sido recortadas, ahormadas; su cuerpo pequeño, delicado, mórbido, entumecido, vestido de blanco, encerrado dentro de una alacena, desprende un olor agrio. En los poemas de Emily Dickinson se incuba una enfermedad ―la desesperación― que provoca angustia, que lleva a pensar en la muerte, y que hace que la vida duela más que ninguna otra cosa: “’Tis not that Dying hurts us so ― / ’Tis Living ― hurts us more ―”. La escritura es la llave que permite que a través de las puertas entreabietas de la alacena se oiga la voz de una mujer borracha: “I shall but drink the more”. Emily Dickinson se asoma desde el fondo de la alacena donde vive sola, apartada, desparejada, y la vida reviste a sus ojos la apariencia de un pozo colmado de misterio.
1 comentario:
Bonito, Juan Ramon. Me escanta este nuevo estilo que has adoptado para el blog.
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