lunes, 19 de diciembre de 2011

Es imposible comprenderlo todo


Angelica Garnett recibió una educación singular, heterodoxa, no convencional. Era hija de Vanessa Bell y de Duncant Grant, en cuyos cuadros aparece retratada una y otra vez (“Angelica pintando”, “Angelica al piano”, “Angelica tocando el violín”...), y sobrina de Virginia Woolf, quien, recién nacida la niña, vio en ella a una criatura “que examina el fuego con aire verdaderamente meditabundo” (lo cual dice tanto de la forma de mirar de la sobrina, como de la forma de mirar de la tía). El aire que respiró desde la cuna fue una mezcla gaseosa vital, artística, escéptica, racional, tolerante, intelectual, desinhibida, irreverente y libertaria. La Torre de Marfil en cuyo interior creció fue el Bloomsbury que a principios de siglo había reaccionado frente al respetable mundo de sus mayores dando un portazo en las pudibundas narices de la dogmática, hipócrita, autoritaria, represiva e implacable moral victoriana.

Una mentira piadosa (Pre-Textos, 2000), en la que Angelica Garnett reconstruye el “paraíso precario” de su infancia, así como el proceso de madurez que siguió al descubrimiento del hecho de que no era hija del que creía su padre, constituye un intento de comprensión. Obsesionada con una madre que la ha criado dentro de un invernadero, y con un mundo que la ha marcado con la impronta de la singularidad, la autora busca arrojar luz sobre la relación con sus padres. Huye del esnobismo, y quiere ver a los personajes sin etiquetas. La escritura es concebida como ejercicio de liberación, por cuanto la autora siente que las sombras de sus padres la miran por encima del hombro. Estas memorias son un pozo en cuyo fondo hay resentimiento, pero sobre cuyas aguas brillan el recuerdo de unos pocos lugares habitables, tales como Charleston o Gordon Square, y las semblanzas de un puñado de artistas, escritores y amigos, tales como Vanessa Bell, Duncan Grant, Clive Bell, Virginia Woolf, Leonard Woolf y Roger Fry.

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