Patrick Leigh Fermor encarna a la perfección la disposición del ánimo del que se pone en camino. Forma parte de la que R. L. Stevenson llama “hermandad” de los que viajan “a pie”, “a solas”, “libres de parar[se] o seguir, de ir por este o por otro camino”, “como el humo de la pipa al juego del viento”, “abierto el ánimo para toda clase de impresiones”, “en busca de un cierto estado de alegría”. Alienta en él el espíritu de aventura, el anhelo de recorrer tierras lejanas, y el deseo de conocer gentes, países y culturas diferentes. Lo envuelve un aire de familia que lo vincula con otros escritores viajeros, eruditos, aventureros, desarraigados y extravagantes, tales como Lawrence de Arabia.
Recibió una educación no convencional. Sus primeros cuatro años de vida, lejos de su familia, en un entorno rural, y en un ambiente de permisividad (“me permitían hacer cuanto me venía en gana”), hicieron de él un niño asilvestrado. Un psiquiatra recomendó que fuese matriculado en una escuela para niños difíciles en el campo, “donde ancho era el cielo y abundantes los campanarios”. Arraigó en él el amor a la naturaleza (“Comprendí en seguida lo que significa el paisaje, la vida bajo el árbol del bosque frondoso”). Sus estudios no siguieron su curso normal (fue expulsado de la King’s School de Canterbury tras ser sorprendido en la trastienda de una frutería haciendo manitas con la hija del frutero). La pasión por la lectura hizo de él un lunático obsesionado por los libros.
Con dieciocho años, decidió emprender un viaje a pie desde Holanda hasta Constantinopla: “Tuve una inspiración. Un plan se desplegó con la rapidez y la integridad de una flor de papel japón en un vaso. [...] ¡Abandonar Londres e Inglaterra y recorrer Europa como un vagabundo o, como me decía a mí mismo de una manera tan característica, como un peregrino o un palmero, un sabio errante, un caballero arruinado [...]. Viajaría a pie, durante el verano dormiría en almiares, cuando lloviera o nevara me refugiaría en graneros y solo me relacionaría con campesinos y vagabundos. [...] ¡Una nueva vida! ¡Libertad! ¡Algo sobre lo que escribir! [...] Sabía que la empresa debía ser solitaria y la ruptura completa. Quería pensar, escribir, quedarme o seguir adelante a mi ritmo y libre de trabas, contemplar las cosas con una mirada distinta, escuchar nuevas lenguas que no estuvieran marcadas por una sola palabra conocida”.
El viaje duró año y medio. Patrick Leigh Fermor durmió al aire libre, en graneros, en casas solariegas, en monasterios y en albergues para pobres. Siguió el curso de las riberas del Rin y del Danubio. Atravesó Holanda, Alemania, Austria, Checoslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria. Trabó amistad con gentes de toda condición. Vivió en contacto con la naturaleza. Pero lo más importante es que su particular forma de viajar estuvo alentada en todo momento por una alegría de vivir desbordante, y constituyó un aprendizaje singularísimo. La historia de este peregrinaje sin igual está contada en dos libros arrebatadores: El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua.
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