La ballena de Melville
representa la alteridad de la naturaleza, de ahí que sea descrita como una
criatura monstruosa, imprevisible e inconmensurable, dotada, como Artemisa,
de una belleza salvaje, y de ahí también que se rebele a ser
reducida a una imagen inteligible, y que, a la postre, rechace la voluntad de
supresión que encarna el capitán Ahab. El mar sin fondo (el misterioso
Pacífico, el gran Mar del Sur) es la naturaleza en bruto, el bosque inhóspito, ilimitado
e indefinido, el exterior indeterminado, por donde la ballena pulula, y donde
tiene su querencia, porque el agua posee de forma paradigmática el rasgo de lo
indeterminado. El color blanco, “su vaguedad”, su carácter elusivo, y el “muro ciego y muerto” de
la frente de la ballena, son analogías del carácter ininteligible en que ella
misma consiste (“la propiedad del monstruo consiste precisamente en [...] ser
en sí mismo ininteligible”, dice Foucault). El capitán Ahab es la encarnación
del carácter totalitario, y de la voluntad de dominación, de ahí que represente
la voluntad ciega de allanar, someter o suprimir la alteridad de la naturaleza,
y que crea con fervor religioso que no otra es la tarea que el Destino le ha
asignado (“el Destino es la palanca”, dice Ahab).
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