domingo, 6 de enero de 2013

El Destino es la palanca


La ballena de Melville representa la alteridad de la naturaleza, de ahí que sea descrita como una criatura monstruosa, imprevisible e inconmensurable, dotada, como Artemisa, de una belleza salvaje, y de ahí también que se rebele a ser reducida a una imagen inteligible, y que, a la postre, rechace la voluntad de supresión que encarna el capitán Ahab. El mar sin fondo (el misterioso Pacífico, el gran Mar del Sur) es la naturaleza en bruto, el bosque inhóspito, ilimitado e indefinido, el exterior indeterminado, por donde la ballena pulula, y donde tiene su querencia, porque el agua posee de forma paradigmática el rasgo de lo indeterminado. El color blanco, “su vaguedad”, su carácter elusivo, y el “muro ciego y muerto” de la frente de la ballena, son analogías del carácter ininteligible en que ella misma consiste (“la propiedad del monstruo consiste precisamente en [...] ser en sí mismo ininteligible”, dice Foucault). El capitán Ahab es la encarnación del carácter totalitario, y de la voluntad de dominación, de ahí que represente la voluntad ciega de allanar, someter o suprimir la alteridad de la naturaleza, y que crea con fervor religioso que no otra es la tarea que el Destino le ha asignado (“el Destino es la palanca”, dice Ahab).

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