Habiendo nacido en mayo de 1940 (es decir, coincidiendo con el momento en que Reino Unido decidió hacer frente en solitario a los ejércitos de Hitler), y permaneciendo su padre enrolado en la Armada hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, los primeros
cinco años de la vida de Bruce Chatwin fueron un constante deambular de un lugar a otro en un
país en guerra, acompañando a su madre, y sin apenas otro equipaje que un baúl
dentro del cual pensaba que podría acurrucarse en caso de bombardeo. “Todos mis
recuerdos tempranos son de viajes […] La sola idea de ir a otro sitio era
siempre emocionante.” Las mudanzas constantes, los desplazamientos en tren y
las estancias provisionales en pensiones, en casas alquiladas o en casas de
abuelos, de tíos abuelos o de tías solteras debieron de dejar huella en alguien
que iba a pasarse toda la vida viajando, y que iba a hacer del viaje uno de los
temas fundamentales de sus libros.
Después de trabajar
durante diecisiete años en la casa de subastas londinense de Sotheby’s (primero
como catalogador, y, más tarde, como asesor en los departamentos de
antigüedades y de arte impresionista), período durante el cual viajó no solo
por Europa o Estados Unidos, sino también por Turquía, Egipto y Afganistán,
explorando museos, bazares y anticuarios, Bruce Chatwin emprendió un viaje a
Sudán que constituyó un antes y un después en su vida. En el curso de una expedición
en camello por el este del país, cerca del Mar Rojo, entró en contacto con la
tribu nómada de los beja, y se sintió atraído irresistiblemente por la
sencillez, la vitalidad y el impulso viajero característicos del estilo de vida
nómada. “Estaba hondamente impresionado por la sencillez de la vida de aquella
gente, asombrado ante la idea de que se es más feliz cuando no se lleva nada a
cuestas.” Ese mismo año quedó fascinado al contemplar en el Hermitage de San
Petersburgo el cuerpo embalsamado de un jefe de la tribu nómada de los pazyryk,
hallado por el arqueólogo Serguéi Rudenko en una tumba de hielo en la que había
permanecido congelado durante más de dos mil años, y cuya piel estaba cubierta
de tatuajes de animales fantásticos.
Tras leer el informe
que Serguéi Rudenko había escrito sobre la excavación de las tumbas pazyrik,
Bruce Chatwin decidió matricularse como estudiante de Arqueología en la
Universidad de Edimburgo. Ahora bien, su pasión por viajar, su rechazo de la
rigidez académica y, sobre todo, su interés por los nómadas le llevaron a
abandonar los estudios al cabo de dos años. “Llegué a la conclusión de que los
pueblos que más me interesaban eran aquellos que habían escapado al registro
arqueológico, los nómadas que pasaron ligeros por la tierra y no construyeron
pirámides.” Estableció una
contraposición entre, por un lado, la figura de Moisés, que representaba el
nomadismo, el abandono de la ciudad, la errancia por el desierto, y, por otro,
la figura del Faraón, o la de las pirámides mismas, que representaban de forma
paradigmática la tendencia a la violencia, a la avaricia y a la vanagloria, que
identificó como consecuencias que el sedentarismo traía consigo. Durante una
visita al Museo Egipcio de El Cairo, viéndose rodeado por las referencias constantes
al ubicuo Ramsés II, se hizo una pregunta: “¿Dónde está el rostro
de Moisés, dije, entre todo esto?” “Y en la historia hay que plantear esta
pregunta: ¿qué figura es más importante, Moisés o Faraón? Y llegas a esta
conclusión: Moisés.”
Dedicó veinte años de
su vida a intentar escribir un libro sobre los nómadas. Atribuía a la
naturaleza humana una tendencia a viajar atávica, ancestral o impulsiva, y
consideraba el viaje, el vagabundeo o el nomadismo como una forma de satisfacer
una aspiración humana básica. Entendía que viajar es de por sí una catarsis, que
posee propiedades vivificadoras, y que libera de las frustraciones que entraña
el confinamiento. Y sostenía que los primeros seres humanos no habían sido
violentos, sino que habían desarrollado un temperamento depredador como
respuesta a la frustración que entrañaba el sedentarismo. No terminó nunca
dicho libro (cuyo título iba a ser La alternativa nómada), pero gran parte de las ideas, del material y del trabajo de años
dedicado al mismo encontró acomodo después en Los trazos de la canción.